El camino, tanto por las distancias como por los diversos trazados, suele ser duro por lo que necesitamos prepararnos también físicamente. Es bueno pensar en ella con una antelación mínima de unos tres meses. La edad y las condiciones físicas personales aconsejarán más o menos tiempo.
El éxito de una buena preparación física está en ir cubriendo cada día distancias más largas hasta conseguir, sin grandes fatigas, recorrer los kilómetros de media diarias que nos hemos trazado en la peregrinación. Es conveniente ir anotando los kilómetros que somos capaces de cubrir en una jornada. Nuestras metas deben ser realistas, comenzando con distancias cortas y no muy ambiciosas, o caeremos en el desánimo.
La frecuencia de las salidas de entrenamiento estarán condicionadas por nuestras ocupaciones. En principio una salida semanal es suficiente pero debemos ir en progresivo aumento hasta conseguir que al final sea una diaria (en este caso, el número de kilómetros no importa).
Durante el último mes es conveniente salir a entrenar llevando la mochila con su peso previsto. Los músculos de las rodillas y tobillos se fortalecerán y no nos darán disgustos indeseados cuando estemos peregrinando.
La media normal de que suelen cubrir los peregrinos por etapa es de unos 20-25 km día.
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